PERDONAR = SANAR LAS HERIDAS


 El óxido se ha pegado a mis dedos en el momento de empezar a escribir esta reflexión, a la vez que siento esa tensión entre un "hazlo, vale la pena" y el "para que pierdes el tiempo, a nadie le interesa". Una pequeña lucha que en definitiva provoca estar en la oscuridad, en la tumba de la soledad.

Esa soledad que de nuevo me grita: "viniste sola y te irás sola, entre tu llegada y partida y sabrás como vives esta etapa". En estos meses he comprendido que el "como vivo" es la pieza clave motivadora para empezar un nuevo día. Ya basta de buscar culpables o excusas por tener este presente. 

Hoy comprendía con más fuerza que vivir el presente al 100% es posible cuando sano mis heridas con el perdón. Perdonarme a mi misma y perdonar a la otra persona, a lo otro, a Dios.

Ayer noche durante el via crucis escenificado solo sabía pronunciar una palabra: PERDÓN. Perdón por la incoherencia de cuantos formamos la Iglesia, desde los curas hasta los laicos, pasando por la vida consagrada, PERO ESPECIALMENTE pedía perdón por la incoherencia de nuestra jerarquía eclesiástica y vida religiosa. PERDÓN por no ser verdaderos testimonios de ti, Señor de la Vida. El via crucis nos conmueve, sobre todo si los actores interpretan maravillosamente su papel, nos despierta la compasión. Pero en la vida real todos somos alguno de los personajes, ya sean del grupo de los victimarios o de las víctimas, y ahí es cuando las excusas, las explicaciones o indiferencias hacen que la compasión desaparezca.

Pedro, el impulsivo y valiente Pedro, seguro de su fidelidad hacia su amigo, sintiéndose invencible por desconocer su propia debilidad. Aceptar nuestra debilidad, que somos a veces como la paja en manos del viento, hoy te digo si y mañana no, por no sé que extraña razón o emoción que se cruzó por medio. 

Pedro nos enseña a reconocer nuestra debilidad, a pedir perdón a quien ofendió. Él que pregunto "cuántas veces tenía que perdonar, ¿70 veces 7?" Experimento que su AMIGO sabía perdonar siempre. Saber y aceptar que somos perdonados por puro AMOR, gracias Jesús.

El paso más difícil es perdonarnos a nosotras mismas. Reconocer y aceptar nuestra propia debilidad, incoherencia, equivocación, etc. Soltar el clavo de la culpa o tal vez liberarnos de la toxicidad de nosotras mismas, esa toxicidad que la achacamos a los demás cuando simplemente la fuente está en mi.

El perdón hacia nosotras mismas es el aceite que restaura el tejido de la paz en nuestro corazón. Vale la pena saborear ese bálsamo de libertad para el alma. Dar ese paso solas es difícil, casi titánico, hacerlo acompañadas es mucho más llevadero.

Ahora que estamos a punto de vivir esta Semana Santa puedes acercarte a la fuente del AMOR INCONDICIONAL, o tener un tiempo a solas con la única persona que nunca te abandona: TU MISMA, entrar en esa morada sagrada de tu corazón para abrazar la herida y sanarla.

Recuerda que perdonar es sanar las heridas.

María Pizá, GC



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